Reseña de Diamond Gerace y el monstruo de la laguna (Galerna), de Javier Aguirre
En literatura el género policial surge con la necesidad de poner un
poco de racionalidad en el desorden del mundo. En el "policial
gástrico", un subgénero bizarro desprendido un poco de la novela negra y
otro poco del policial clásico, el caos al fin ha vencido.
Javier Aguirre es el "padre" del inspector Diamond Gerace,
detective que funciona a base de litros y litros de brandy. La acción
transcurre a orillas de la Laguna del Ojo. Un cuerpo comido por
mandíbulas gigantes siembra el terror entre los pobladores de dos
pueblos vecinos, San Vicente y Domselaar. Los rumores descabellados de
carácter fantástico son esparcidos por la prensa como veneno al viento.
"Los trabajadores de prensa tenemos que estar a la altura, debemos
llamar a las cosas por su nombre: esto no fue obra de ningún sapo
gigante, no; lo causó el Monstruo de la Laguna de San Vicente. Sí, un
verdadero monstruo, que nada tiene de batracio."
Editorial Galerna publica Diamond Gerace y el monstruo de la
laguna, segunda de las aventuras de este antihéroe nacido en las páginas
de la revista Barcelona, de ahí el humor irreverente que domina la
narración.
Los investigadores que dieron origen al género –como Auguste Dupin y
Monsieur Lecoq pero también sus primos de la novela negra y los
herederos locales, como Isidro Parodi– se destacaron por su enorme
capacidad para recomponer, mediante el bagaje de su experiencia, los
rastros de un acto criminal. Gerace, en cambio, es la proyección
contrahecha de sus antecesores, un impotente borrachín del que se duda
que pueda satisfacer las mínimas necesidades de una investigación
decente. Para completar la tradicional dupla detective-ayudante –a la
manera de Sherlock Holmes y el Dr. Watson– se suma la agente Graciela
Higo, una belleza oriental que encamina el fenomenal despiste de su
jefe.
Y si el crimen que debe aclararse presenta un cuerpo destrozado, no
más entero está el del detective que debe hacerse cargo. Hemorroides,
vómitos, orines son las huellas por las que el lector reconoce que
Diamond Gerace continúa tratando de reconstruir el asesinato para el que
fue convocado.
La parodia como el eco de una carcajada deforme penetra en todos
los recodos del relato y, frente a una realidad que parece parodiarse a
sí misma, dobla la apuesta y se torna más grosera y desvergonzada. Si bien Andrés Calamaro, responsable del prólogo, anticipa un "policial disparatado, para leer borracho de sonrisas y de asombro" es preciso notar que el relato en la voluntad por remarcar el exceso pierde potencia crítica aunque no burlona. La
novela –ilustrada por Daniela Acerbi– está especialmente recetada para
lectores que que disfrutan de caricaturas de fuerte tono
escatológico. «
Nota publicada en Tiempo Argentino ----> a la nota <
Clemencia, el segundo policial en lengua española, es reeditada luego de más de cien años de exilio por las luchas en torno a cómo construir el canon.
Dibujo de Sócrates
Luis V. Varela fue el primer epígono en lengua española del género creado por Edgard Allan Poe. L’Archiduc es el olvidado nombre del primer detective de ficción de la literatura argentina. Su aparición ocurrió en la segunda mitad del siglo XIX. Sus referencias inmediatas eran los inquietos Auguste Dupin y Monsieur Lecoq, ambos con residencia en París, tal vez por eso el heredero local quiso medirse con sus mayores en ese mismo territorio.
Luis Varela, hijo de Florencio, era un prestigioso jurista cuando asumió el desafío de escribir el género en español, y lo hizo con el misterio necesario, bajo el anagrama de Raúl Waleis en el diario Tribuna, propiedad de sus hermanos. En 2009 Adriana Hidalgo reeditó –luego de 170 años– su primera novela, La huella del crimen, hoy le toca a la segunda, Clemencia, continuación de aquella.
Las novelas, parte de una trilogía que no llegó a completarse, se publicaron por entregas a modo de folletín. Laísmos, loísmos y otras particularidades lingüísticas son una marca de época, además parte de la acción sucede en Buenos Aires, lo que da un sabor especial a la lectura. La principal influencia de Waleis/Varela fue el escritor francés Émile Gaboriau, a él le debe el formato folletín, que asocia el nacimiento de esta literatura a la difusión de los medios masivos de comunicación, encontrándole un público popular y perfilando un tono marcado de melodrama. Sin embargo, estas novelas por entregas estuvieron desterradas de las librerías hasta 2009. El porqué se relaciona con operaciones en la construcción del canon literario.
Con Borges a la cabeza, el grupo de la revista Sur se encargó de (re)escribir la historia de un género con orígenes plebeyos y encumbrarlo en una tradición culta, que ellos mismos representaban. Borrar la memoria de ciertos textos es una maniobra tradicional en la edificación de casi cualquier canon, en este caso, las víctimas son dos muy buenas novelas que no intentaban una simple "traducción" del género, sino que entre otras cosas discutían el sistema legal vigente en aquella época.
La figura del detective es uno de los ejes de disputa: "Edgar Allan Poe crea la convención de un hombre pensativo y sedentario que por medio de razonamientos, resuelve crímenes enigmáticos", escriben Borges y Bioy Casares en el prólogo de Los mejores cuentos policiales. La creación de este arquetipo de detective intelectual que descifra delitos sólo con el poder deductivo de su mente les pertenece más a ellos que a Poe. La imposición de este modelo da forma a su creación: el detective Isidro Parodi, verdadero referente de su definición.
Román Setton, responsable de las ediciones y de los estudios que la acompañan, reflexiona sobre la importancia de volver a poner a circular estas obras. "Hay un motivo muy sencillo y básico. Editar y poner en circulación estas obras nos da un panorama más acertado de la literatura (policial) de la época, de un modo un poco menos mediado por la historia literaria. La operación de Borges y de Bioy Casares al afirmar: 'No hay literatura policial', 'no hay literatura fantástica' hasta nosotros, 'no hay una literatura de la trama' en la Argentina, es probablemente una de las operaciones más benéficas y más rica en consecuencias dentro de la literatura argentina. Pero no por eso tenemos que confundir esa operación con la historia. En los escritores, la parcialidad es muy saludable. El problema surge cuando los críticos o los historiadores tomamos –con mayor o menor conciencia– las opiniones de los escritores como propias."
–Pareciera que el mismo detective L’Archiduc encarna el prototipo de investigación policial positivista que defiende Waleis…
–Es cierto. Y la identificación entre una concepción del mundo y la figura del detective es un rasgo bastante común en el policial en general; esto se ve muy claramente en Chesterton y Brown, en Poe y Dupin, etcétera. En el caso de Varela / Waleis hay también una prédica muy notoria del perdón cristiano, que se percibe en L’Archiduc y en otros escritos de Varela de carácter religioso. Y esta es quizás una peculiaridad del primer detective argentino, es una suerte de científico creyente. Casi una contradicción en los términos, pero que funciona muy bien.
–Una misma persona dividida en dos, Waleis escribe ficciones jurídicas mientras Varela disputa en tribunales.
–Hoy en día, se sospecha siempre muy rápido de las identificaciones, incluso parciales, entre el autor empírico y el narrador. Sin embargo, en los tiempos de Varela y particularmente en la Generación del '80 los vínculos entre la literatura y la participación pública son muy estrechos. Entre los policiales y los escritos jurídicos de Varela, uno puede ver sin duda muchos préstamos (por decir poco): la trama de Capital por Capital (una obra de teatro de Varela) es casi la misma que la del alegato de Varela en favor de Pedro Luro en Defensa en Tercera Instancia del reo Pedro Luro.
En Clemencia, hay varios alegatos en contra de leyes que violentan la libertad de los hombres, porque lejos de encerrar el crimen en el individuo, muestra los delitos como consecuencia directa de leyes injustas, y así expone su raíz social. Un ejemplo es su condena a la ausencia de una ley de divorcio, 100 años antes de que se aprobara en la Argentina. "Guerra a los maridos" es la proclama de uno que se ve imposibilitado de concretar su amor por ese motivo. La falta de esta ley hace rebalsar estas novelas de infidelidades y sus consecuencias pueden llevar a algún personaje hasta el incesto.
L’Archiduc, "un lince al servicio de la policía", es un detective que fue dado de baja injustamente. La vuelta de este excelente pesquisante, y de sus aventuras, a las calles es una reivindicación y una buena noticia para todos los lectores. «