23 mar 2014

Una parodia policial que no ahorra ni vómitos ni orines

Reseña de Diamond Gerace y el monstruo de la laguna (Galerna), de Javier Aguirre

En literatura el género policial surge con la necesidad de poner un poco de racionalidad en el desorden del mundo. En el "policial gástrico", un subgénero bizarro desprendido un poco de la novela negra y otro poco del policial clásico, el caos al fin ha vencido.

Javier Aguirre es el "padre" del inspector Diamond Gerace, detective que funciona a base de litros y litros de brandy. La acción transcurre a orillas de la Laguna del Ojo. Un cuerpo comido por mandíbulas gigantes siembra el terror entre los pobladores de dos pueblos vecinos, San Vicente y Domselaar. Los rumores descabellados de carácter fantástico son esparcidos por la prensa como veneno al viento. "Los trabajadores de prensa tenemos que estar a la altura, debemos llamar a las cosas por su nombre: esto no fue obra de ningún sapo gigante, no; lo causó el Monstruo de la Laguna de San Vicente. Sí, un verdadero monstruo, que nada tiene de batracio."

Editorial Galerna publica Diamond Gerace y el monstruo de la laguna, segunda de las aventuras de este antihéroe nacido en las páginas de la revista Barcelona, de ahí el humor irreverente que domina la narración.
Los investigadores que dieron origen al género –como Auguste Dupin y Monsieur Lecoq pero también sus primos de la novela negra y los herederos locales, como Isidro Parodi– se destacaron por su enorme capacidad para recomponer, mediante el bagaje de su experiencia, los rastros de un acto criminal. Gerace, en cambio, es la proyección contrahecha de sus antecesores, un impotente borrachín del que se duda que pueda satisfacer las mínimas necesidades de una investigación decente. Para completar la tradicional dupla detective-ayudante –a la manera de Sherlock Holmes y el Dr. Watson– se suma la agente Graciela Higo, una belleza oriental que encamina el fenomenal despiste de su jefe.

Y si el crimen que debe aclararse presenta un cuerpo destrozado, no más entero está el del detective que debe hacerse cargo. Hemorroides, vómitos, orines son las huellas por las que el lector reconoce que Diamond Gerace continúa tratando de reconstruir el asesinato para el que fue convocado.

La parodia como el eco de una carcajada deforme penetra en todos los recodos del relato y, frente a una realidad que parece parodiarse a sí misma, dobla la apuesta y se torna más grosera y desvergonzada. Si bien Andrés Calamaro, responsable del prólogo, anticipa un "policial disparatado, para leer borracho de sonrisas y de asombro" es preciso notar que el relato en la voluntad por remarcar el exceso pierde potencia crítica aunque no burlona. La novela –ilustrada por Daniela Acerbi– está especialmente recetada para lectores que que disfrutan de caricaturas de fuerte tono escatológico. «

Nota publicada en Tiempo Argentino ----> a la nota

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