Los números, el único orden
Esta nota se publicó en el Suplemento Cultura de Tiempo Argentino el 18/03/2012
Números, fórmulas, proporciones son la materia de las querellas a las que se lanzan tranquilos académicos apasionados por el conocimiento abstracto. Pero incluso a estos hombres, cuyo sueño más audaz reside en una pura demostración matemática, la vida les cruza extrañas aventuras.
El contable Hindú, última novela de David Leavitt, publicada como toda su obra por Anagrama, está basado sobre dos pilares, por un lado, un importante trabajo de investigación sobre la relación entre un catedrático inglés y Srinivasa Ramanujan –“la figura más romántica de la historia reciente de la matemática”–, un humilde contable hindú que, sin instrucción formal, logró echar luz sobre los arcanos más inextricables de la ciencia más pura. Y por otro lado, una recreación literaria de ese vínculo y su realidad histórica.
G. H. Hardy, uno de los matemáticos más importantes del siglo XX, es quien lleva la responsabilidad de contar la historia en el contexto de la I Guerra Mundial, complejizado por la debacle de la relación colonial de Inglaterra con India. Los números aportan la seguridad en un orden que parece desvanecerse, por eso, al colocar el foco del relato en los individuos, sus relaciones y el marco histórico, Leavitt cuestiona el postulado de la ciencia pura, develando entretelones que muestran con precisión las fuerzas no científicas que ordenan los estudios académicos. Por ejemplo, la presencia del genio, las lucha por el prestigio o la elección de la notación newtoniana en detrimento de otra más sencilla: “¿Y eso por qué? Pues porque Leibniz era alemán y Newton inglés, e Inglaterra era Inglaterra. Por lo visto, el patriotismo importaba más que la verdad, incluso en el campo en que se suponía que la verdad era absoluta.”
La novela en sus más de 600 páginas presenta a Keynes, Bertrand Russell, Moore y Wittgenstein como el centro de la vida intelectual inglesa, pero insertos en cofradías universitarias de corte gay. Una de tantas estrategias que hacen ingresar a la matemática en el mundo humano y, al hacerlo, adquirir otra riqueza y complejidad. Al fin y al cabo, la belleza, la simplicidad y cierto aire juguetón son características que la matemática comparte con la poesía. Por no mencionar la inutilidad: “Hoy en día, siempre que escribo esa fórmula, pienso: ¡qué criatura más extraordinaria! Es como uno de esos osos de circo entrenados para mantener un automóvil en equilibrio sobre el hocico, o algo semejante. Hay un resplandor en cada una de sus barrocas circunvoluciones; aunque el resplandor da una falsa impresión del laborioso proceso que seguimos para lograrlo.”
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