Artículo publicado en el suplemetno Cultura de Tiempo Argentino el 29/04/2012
La gran novela latinoamericana es la confluencia del Carlos Fuentes
lector y el escritor. Es un largo ensayo que recorre la literatura de
este continente desde sus comienzos. El punto de partida elegido es “la
memoria épica, ancestral y mítica de los pueblos del origen”, en esa
oralidad descansa uno de los linajes a los que remonta la historia el
escritor mexicano.
Los europeos encontraron “cosas nunca oídas ni vistas ni aún
soñadas”, porque las buscaban e incluso las necesitaban. La aparición de
América en su horizonte, explica Fuentes, los salva del encierro
geográfico que padecían. Sin embargo, a esta espacialidad el mundo
indígena responde que “el lugar que no es no puede tener territorio.
Sólo puede tener historia y cultura, que son las maneras de conjugar el
tiempo. Origen de los dioses y el hombre.” Para el autor de La muerte de
Artemio Cruz, la literatura es la realización del mito, y su función
primordial es dar forma a la voz secreta de la comunidad. Las letras
americanas se desarrollan mestizas, reclinadas en ambas tradiciones.
Como la novela moderna, que nace con don Quijote, esa gran novela
mítica que da título al libro está construida por muchos géneros: la
crónica, la poesía, el cuento. Bernal Díaz del Castillo –que sería
nuestro primer novelista–junto a Sor Juana, Neruda, Borges, Roa Bastos,
García Márquez, Carpentier, Elena Poniatowska y también al brasileño
Machado de Assis o Nélida Piñón, entre otros, son parte de ese relato
trascendente que da cuenta de esas contradicciones, tan
latinoamericanas, entre realidad y legalidad. Siempre faltan autores, la
ausencia del chileno Bolaño es tal vez la que más suspicacias ha
causado.
Historia, política, literatura se enlazan al paso de la pluma de
Fuentes. Su escritura lamentablemente se empobrece al abrazar
explicaciones simplistas de los cambios históricos –como la antinomia
civilización y barbarie, por caso– sin agregar ningún matiz para darles
vigencia. Los límites de su visión surgen al restringir los impulsos
históricos a una característica –ficcional o real– de un personaje.
Evita es un caso ejemplar: “Una Eliza Doolittle de la Argentina profunda
esperando al profesor Higgins que le enseñara a pronunciar las ‘erres’”
“Argentina se convirtió en su Ínsula Barataria, sólo que el Quijote era
ella y Sancho Panza su marido realista, jornalero, chato”.
La polémica es uno de los condimentos que hacen interesante un
libro, y a este no le falta sazón. Allí donde el escritor se detuvo,
comienza el lector, ya que como dice Fuentes: “Cada lector crea su
libro, traduciendo el acto finito de escribir en el acto infinito de
leer”.
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