2 dic 2013

Las gramáticas de una Buenos Aires fragmentada

Reseña  de El cielo no existe de Inés Fernández Moreno

Con el sentido del humor, los prejuicios y el punto de vista de una mujer de clase media, la novela es casi la contracara de la ciudad que cuenta Washington Cucurto.

Narrar la ciudad es un desafío al que no todos los escritores se atreven. Este alborotado hormiguero porteño necesita que lo descifren y lo entiendan, es decir, que lo relaten. Hay que reaprender y reinventar la Buenos Aires que, desde la literatura, forjaron Macedonio Fernández, Jorge Luis Borges y Roberto Arlt, entre otros. Con El cielo no existe, editado por Alfaguara, Inés Fernández Moreno enfrenta el reto.




Pero, ¿cómo narrar esta ciudad? La pregunta es uno de los disparadores de la novela, ya que Cala, la protagonista, es una periodista que tiene que redactar un artículo para una revista sobre la ciudad. "Hay que escribir lo que se ve", es su leitmotiv, por eso sale siempre con una libretita para anotar lo que le salta a la vista. Y lo primero que salta son las rejas. Una Buenos Aires con mucho miedo a los "otros", que ya no están solamente más allá de la General Paz.
Con el sentido del humor, los prejuicios y el punto de vista de una mujer de clase media, la novela es casi la contracara de la ciudad que cuenta Washington Cucurto, responsable de algunos de los mejores frescos de la ciudad actual. El relato se acerca a la realidad hasta hundir la nariz entre los adoquines, y de allí surge la miseria, el crimen y también la ficción. La vida cotidiana de una porteña de unos 50 años se muestra bajo la lente de la aventura, así una caminata por calle Florida es una colisión de frente con la trata de mujeres, telaraña que se ha naturalizado como paisaje habitual de la ciudad.

La mordacidad y la ironía interponen la distancia –casi un pequeño abismo– que necesita la vapuleada protagonista para sobrevivir a algunos cataclismos, como su madre. Esta es otra de las protagonistas del libro, toda patología y arbitrariedad tienen cabida en ella. Tal vez, el personaje más violento de la novela. "La madre es así, abusa del lenguaje. Nunca se siente sola, sino confinada. Nunca con un problema, sino presa de la adversidad. No en cama, sino tullida. No medio tristona, sino desecha y lacerada. Cala lucha, cada vez, para no dejarse inocular por sus palabras. Sabe que una vez plantadas en su cerebro, se estancan allí, se van pudriendo y dan brotes malignos."
La descripción que propone Fernández Moreno también es una reflexión sobre la lengua, la propia y la de los "otros". Desde la métrica del haiku hasta la ortografía de las diferentes clases sociales, diferentes gramáticas que intentan reconstruir la ciudad actual: "Todo el día enserrada apenas veo un pedasito de pared media podrida pero tengo que aguantar el cielo no existe dicen mira que noveda cualquier pobre lo sabe…"

Suplemento Cultura del diario Tiempo Argentino el 1/12/2013

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