En los seis cuentos del libro, la literatura parece un juego, pero ese serio e importante que apasiona a los chicos más chiquitos y que, a veces, se desliza imperceptiblemente hacia una crueldad que genera cierta aversión, un reparo difícil, cercano al horror.Luciano Lamberti tiene una escritura seductora, parece que nos está contando una historia de entrecasa y de repente de una esquina un poco polvorienta surgen toda clase de cosas raras. Desde fantasías psicóticas hasta los juegos más inocentes, si habláramos de géneros flirtea con unos cuantos (ciencia ficción, fantástico, aventuras, por ejemplo) sin casarse con ninguno.
En los
seis cuentos del libro la literatura parece un juego, pero ese serio e
importante en el que se comprometen los chicos y que a veces se desliza
imperceptiblemente hacia la crueldad Estos relatos pasean por esas geografías
imaginarias en las se iluminan emociones, conductas y mitologías del
mundo real. Como esas rondas de chicas canturreando estrofas con resonancias
siniestras, o las respuestas ponzoñosas de un niño que no tolera ser
contrariado, pero que no deja de ser sólo un niño, aunque iluminado con los
fuegos del infierno.
“La canción que cantábamos todos los días” es uno de los relatos
más logrados del libro (una forma de decir mi favorito), allí el misterio hace equilibrio en la
delgadísima línea de una ambigüedad que no se resuelve. Recuerdo que Todorov trataba de definir el
género fantástico a partir de una vacilación irresuelta, en cuanto se sale de
esa zona –es decir, cuando se puede optar por una respuesta
que salva la ambigüedad– el cuento queda fuera de juego. Esa
vacilación late en este cuento, Lamberti la arroja al comienzo (“Mi hermano, el de las sierras, no es
el original. Es algo en el cuerpo de mi hermano, algo que lo reemplazó”) y luego la trabaja
breve y magistralmente.
“La Feria
integral de Oklahoma” y “Apuntes sobre el país de los gigantes” también son de
los mejores ejemplos del libro. Los hechos fantásticos en estos dos casos no quedan en la ambigüedad, se afirman. No importa que se trate de un mundo alienígena, de un loro demoníaco, o de animales que hablan, su existencia está fuera de toda duda. Estos hechos tienen la fuerza para destruir el mundo pero también para enriquecerlo e incluso los personajes pueden alejarse de ellos, lo que no pueden es salir indemnes. El único cuento que resultó un poco previsible y falto de sutileza es el que da título al libro.
Cuando el deseo es el principal impulsor de la literatura surgen libros como El loro que podía adivinar el futuro. Más allá de los temas, de la estructura narrativa, de los géneros, este libro despierta el placer de la lectura. Hasta se puede sentir el disfrute del escritor al escribir estos relatos. Tal vez no fue así, tal vez el pobre Lamberti lloró sangre al escribirlos. Pero quién puede impugnar ese sentimiento subjetivo de alegría compartida.
Para los que quieran leer El loro que podía adivinar el futuro, anda escaseando en formato papel pero se consiguen a menos de la mitad de precio en formato digital en la web de la editorial nudista. Sí he visto que otro de sus libros El asesino de chanchos se consigue en varias librerías. Googleenlo.
Para los que quieran leer El loro que podía adivinar el futuro, anda escaseando en formato papel pero se consiguen a menos de la mitad de precio en formato digital en la web de la editorial nudista. Sí he visto que otro de sus libros El asesino de chanchos se consigue en varias librerías. Googleenlo.
Posdata: Sólo por su filiación cordobesa, recuerdo a otro gran
escritor, u otro escritor con un gran libro del que nunca apunté nada en
este blog: Carlos Busqued y Bajo
este sol tremendo. Parte de esa novela inquietante sucede en Chaco, como el
de Selva Almada, pero resulta que éste es infinitamente más poderoso. También
leí Cielos de Córdoba de Federico
Falco, un libro tierno y luminoso que poco a poco enturbia la lamparita y
deja entrever formas amenazantes en las tinieblas que empiezan a crecer a su
alrededor.
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Qué linda reseña, Marian.
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