Echenoz narra con sequedad los acontecimientos bélicos, el horror de las trincheras atestadas de hombres y de ratas. Sin embargo, más que el interés por los personajes lo que permite llegar a término es la brevedad de la historia.
Si la identidad literaria pudiera distinguirse en la huella dactilar, la de Jean Echenoz debería ser sobria y distante. El sintético nombre de su última novela, 14, un librito de menos de 100 páginas, hace referencia al año de inicio de la I Guerra Mundial.
El relato no analiza las causas de la guerra, se concentra,
con lente de microscopio, en las vicisitudes de tres personajes,
Blanche y los hermanos Charles y Anthime. Sin embargo, más que este
triángulo amoroso, el personaje principal de la primera parte de la
novela es la desolación del pueblo tras la partida de los jóvenes.
Los reclutas marchan con inocencia y sin preparación, como si se
fueran de campamento. Marchan para lo que en aquel momento se suponía
sería un trastorno de un par de semanas pero que finalmente se extendió hasta
convertirse en una carnicería de cuatro años, tres meses y 14 días que
costó más de 9 millones de muertos a las potencias europeas, además de
los incontables heridos.
Al narrar esos espacios vaciados de hombres, el conflicto se retrasa en acudir al texto y cuando finalmente llega tiene la fuerza de lo impredecible. Estos soldados son piezas de un rompecabezas mayor que no llegan a comprender el lugar que les toca ocupar. Echenoz narra con sequedad los acontecimientos bélicos, el horror de las trincheras atestadas de hombres y de ratas donde la muerte no tiene que ver con el valor ni este se relaciona con el nacionalismo. Estar en el frente tiene explicaciones prácticas que se cuentan a su tiempo y de manera brutal.
Al narrar esos espacios vaciados de hombres, el conflicto se retrasa en acudir al texto y cuando finalmente llega tiene la fuerza de lo impredecible. Estos soldados son piezas de un rompecabezas mayor que no llegan a comprender el lugar que les toca ocupar. Echenoz narra con sequedad los acontecimientos bélicos, el horror de las trincheras atestadas de hombres y de ratas donde la muerte no tiene que ver con el valor ni este se relaciona con el nacionalismo. Estar en el frente tiene explicaciones prácticas que se cuentan a su tiempo y de manera brutal.
"A la mañana siguiente tampoco hubo descanso, todo fue un continuo y
polifónico tronar, bajo el intenso frío ya anunciado. Retumbar de los
cañones en bajo continuo, lluvia de proyectiles barométricos y de
contacto de todos los calibres, balas que silban, restallan, suspiran o
gimen según la trayectoria, ametralladoras, granadas y lanzallamas, la
amenaza viene de todas partes."
Las nuevas tecnologías aplicadas a la guerra como el gas mostaza o
los aviones son motivo de muy buenas escenas literarias. Al comienzo del
conflicto no estaban autorizadas las armas de repetición en los
aviones, este detalle permite una escena de combate entre dos aeroplanos
que se persiguen haciendo giros y piruetas pero cuya tripulación se
dispara con armas de mano, escena que parece sacada de viejos dibujos
animados o de una película de Hayao Miyazaki.
La escritura gambetea adrede la empatía con los personajes, el lado
desventajoso de este distanciamiento es que se siente como
indiferencia, y más que el interés por el destino de los personajes lo
que realmente permite llegar a término es la brevedad de la historia.
Link a Nota en Tiempo Argentino
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