8 jun 2015

Piano preparado

Esperando la salida de Al Oído 3, renovamos una nota del primer número, que no deja de crecer y sorprender. En este caso, fue un homenaje a una generación que recar­tografió el mundo y sus fronteras convirtiendo al piano en una suerte de ready-made duch­ampiano. Para ver una vanguardia que no desdeña el alcance popular, se puede disfrutar este video.






Prepared Piano
 The first four decades (1983)

Hubo una época en que el piano era apenas un instrumento. En esos tiem­pos la música incluía sólo los sonidos más armónicos. De hecho, los hombres habían dividido el universo en dos bandos: sonido versus ruido (amigo o enemigo). Gran parte del elenco sonante del mundo era ignorado o catalogado en la infame y multitu­dinaria categoría de ruido y, en conse­cuencia, despreciado y jamás incluido en composición alguna. El silencio no se percibía o sólo servía a los filósofos. Occi­dente por suerte cambió, y los sonidos empezaron a ser aceptados por lo que valían en sí mismos. El piano se adaptó a las nuevas realidades; Henry Cowell, John Cage y todos los artistas de vanguardia son los héroes de esta revolución, de la que el piano fue enseña.

Hace 90 años emergían sonidos como expresión escandalosa de una generación que pretendía recar­tografiar el mundo y sus fronteras. El piano preparado, una suerte de ready-made duch­ampiano, se forma al intervenir un piano con objetos extraños (maderas, gomas, tornillos, por ejemplo) en sus cuerdas. La irrupción inesperada de sonidos hace de cada performance un evento irrepe­tible. Ping, pang, pong, cucharas, cucharitas, cucharones resuenan en las salas de concierto y crean armonías imposibles. El efecto desatornilla el filtro que tenemos ajustado en la oreja. Sonoridades rítmicas juegan con la melancolía, el humor, el drama y el silencio. El piano se convirtió en “una orquesta de percusión – así lo definió el mismo Cage, su inventor – bajo el mando de un solo par de ma­nos.”

A los que desconocen el sonido del instrumento y temen encontrarse con efectos estridentes, sin matices, como un golpeteo más desatento que irrever­ente, este disco los ayudará a derribar esos miedos, y comprender que “un ruido no tiene que ser, por fuerza, ruidoso”. Por esto, la revolución que busca el piano preparado es la transformación de la sensibilidad más que la del instru­mento. Romper la barrera entre arte y vida, y percibir el mundo que nos rodea con mayor plenitud. La circulación de la sangre y el sistema nervioso producen en su actividad siempre renovada, sonidos que no nos abandonan; por eso el silencio, en palabras de John Cage, “es solamente el abandono de la intención de oír”. Es decir, un efecto de escucha. Este disco, ejecutado por John Heitman, Delores Stevens y Richard Bunger, presenta seis composiciones emblemáticas de la primera mitad del siglo que tienen esta traza y seriamente comprometen el modo clásico de comprender el costado sonoro del mundo.
 
The piano music of Henry Cowell (1977)
 Henry Cowell, uno de los secretos mejor guardados de la música del siglo XX, es un artista fundamental para medir los alcances y versatilidad de nuestra sensi­bilidad. La portada del disco lo muestra acariciando, tañendo o rasgueando las cuerdas del piano; esta imagen sintetiza el cambio en la relación con el instru­mento más clásico de occidente. Cowell supo escuchar su sonido más íntimo, fue el primero en pulsar las cuerdas en las mismas entrañas del piano. Esta técnica le permite ampliar el rango melódico hasta entonces reducido a las posibilidades del teclado. Los dos discos de Cowell que integran el dossier son la ocasión perfecta para ex­plorar horizontes poco convencionales y expandir nuestra capacidad de disfrute. Sus pesquisas musicales lo llevaron a combinar la tradición occidental con la oriental y, para dar cuenta de los nuevos sonidos que necesitaba expresar, golpeó el teclado con el antebrazo, el puño y la palma (“Antimony”). Arrancó truenos y rayos al instrumento, una nueva constelación armónica escandalizó a los hombres de principios del siglo XX. Estos “racimos de notas” o tonos cluster perfilan patrones rítmicos sobre los que construye escenarios sonoros desconcertantes para el oído tradicional. En la confluencia de esas sonoridades poco ortodoxas y, por ejemplo, el folklore irlandés que fue una fuerte influencia en Cowell, surgen “The Tides of Manaunaun” y “The Voice of Lir”, basados en leyendas celtas sobre la creación del universo. También reelabora melodías orientales como en “Snows of Fujiyama” y provee una atmósfera fantástica y misteriosa (“The Banshee”).



Henry Cowell The piano music of Henry Cowell (1963) Doris Hays


La moral policíaca de sus contemporáneos, que no pudo condenarlo por sus creaciones artísticas, lo atrapó por conducir su vida bajo los mismos principios de libertad y respeto al propio deseo. Por su no ocultada bisexualidad, en 1936, pagó cuatro años en la cárcel de San Quintín acusado de delitos contra la moral pública. Si bien se las arregló para dirigir la orquesta de la prisión y enseñar música a los otros detenidos, lo cierto es que esa experiencia fue demoledora y al salir sus composiciones abandonaron el carácter radical y rupturista que venía desarrollando. Este misterioso estadounidense inspiró de modo determinante a muchos de sus estudiantes, como George Gershwin, Lou Harrison y John Cage, quien cruzó los EE.UU. a dedo para estudiar con él y en cuyas clases encontró el principio de piano modificado que más tarde de­sarrollaría. A través de ellos, la influencia de su trabajo puede rastrearse en la música pop, minimalista y electrónica actual. 

La intérprete Dorys Hays –rebautizada Sorrel Hays en honor a una bisabuela– es la responsable del disco cuya tapa es una suerte de Guernica revisitado desde el piano, de ella se ha dicho que “puede tocar tonos clusters como un animal salvaje, interpretar pasajes intrincados con un control preciso, y sonar como una especialista en Chopin en otras partes.” En estos discos el piano es un campo de batalla, donde percibimos no sólo el tumulto de la incursión armada, sino también las emociones, a veces trascendentes a veces efímeras, que ésta trae aparejada. No se trata de un ejercicio intelectual o arqueológico sino de una experiencia lúcida e intensa.


John Cage / In a landscape (1994)
John Cage habitó un planeta en el que hasta el silencio sonaba. Percibió que a su alrededor había muchas más cosas de las que se decía, por eso su trabajo busca descubrir los sonidos que rodean cotidianamente al habitante de las ciudades para revelarle un paisaje sonoro (des)conocido. Poseedor de un humor sutil e infinito, supo proclamar que la nueva era sonora implicaba el fin del imperio del sentido. Se vinculó a las tendencias más radicales del arte contemporáneo e hizo de la libertad el concepto basal para detonar el sistema tonal occidental, que divide sonidos que en la naturaleza conviven. Al morir en 1992 había cambiado el modo en que Occidente registraba el mundo. Por todo esto, a John Cage hay que escucharlo con todo el cuerpo, porque los oídos no alcanzan.

El piano preparado es la herramienta-instrumento que le permitió incluir, además de nuevas sonoridades, al azar como elemento central de sus composiciones, la irrupción inesperada de sonidos hacían de cada performance un evento irrepetible. Además de componer, escribió, y mucho: “Los sonidos existen, y yo estoy interesado en que están ahí, y no en la voluntad del compositor. En un proceso musical no existe un ‘entendimiento correcto’ y, por lo tanto, no puede haber ningún malentendido con respecto a la comprensión de este proceso. Un objeto musical (es decir, una obra musical) por sí mismo es un mal entendido, y los sonidos no controlados por el compositor no se preocupan si construyen sentido o si van en la dirección correcta. Ellos no necesitan esa dirección o no-dirección para ‘ser’ ellos mismos. Ellos simplemente ‘son’, y eso es suficientemente bueno para ellos y para mí también.” De la interpretación de Stephen Drury, un experto en la obra del artista de Los Ángeles, emerge un Cage pleno y accesible. En este CD hay temas de profunda melancolía como “In a Landscape”, “Prelude of Meditation”, “Dream”, y otros que vuelcan sus sonidos como lava ardiente. Por ejemplo, “Bacchanale” (1938) -pista 6-, que es el primer tema que compuso para piano preparado. El disco dura casi una hora, escucharlo durante un viaje en colectivo o tren, en medio de otros sonidos o ruidos, no sería una ingratitud sino una justa aclamación. 








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