Federico Falco
domina el antiguo oficio de contar historias, al que hace parecer ligero y
desenvuelto. Sus relatos invitan a un paseo sereno e intenso a través de
paisajes atrapantes, a veces de flora exuberante, otras de vegetación sometida
al capricho estético de la moda, como en los cementerios parque en boga en
cierto momento.
La solidez del planteo narrativo de Falco ya lo colocó en la
primera línea de los escritores latinoamericanos contemporáneos, y su nuevo
libro, Un cementerio perfecto (Eterna
Cadencia), resulta una de esas joyas que de tanto en tanto brinda el ámbito
literario nacional. Quien repase las
últimas obras de este autor –como Cielos
de Córdoba (Nudista) o la reedición de 222
patitos (Eterna Cadencia)– se dará cuenta del preciosismo de la mirada que
expresa la escritura de Falco. Estos cuentos encaran la soledad, el misterio,
la muerte desde historias íntimas y delicados matices. Además, es un entrevistado
gentil y amable, que le pone garra a la conversación, apenas un día después de
que un grupo de delincuentes amparados por la policía y una lamentable fiscal
nos quisieran arrebatar el diario. Tal vez por eso comenzamos charlando sobre el
oficio y los métodos del escritor.
(Foto: Sole Quiroga) |
Como siguiendo el
consejo de Roberto Bolaño de nunca abordar los cuentos de a uno porque se corre
el riesgo de escribir siempre el mismo relato hasta el último día de vida,
Falco explica: “Yo siempre trabajo con varios proyectos de cuentos al mismo
tiempo. Cuando me aparece una idea, abro una carpeta de archivos similares, y
empiezo a tomar notas, a escribir escenas. Tardo mucho tiempo en darme cuenta
por dónde va la historia, cuáles son las tensiones que están en juego. Siempre
tengo un clima, un personaje o algo entrevisto, y lo que hago es actuar por
acumulación, abro carpetas donde tomo notas de cada archivo, si voy por la
calle y se me ocurre algo, me envío un mail y lo etiqueto al cuento. Esa es la
materia prima, cuando ya tengo un sustrato de observaciones, de opiniones, de
tonos, de formas de habla, es más fácil sentarse a trabajar y ver por dónde va
la historia y acomodar el material.”
–¿Esas carpetas son como los arcones donde guardás tus
tesoros?
–Esas carpetas son,
casi literalmente, lugares a donde me voy. A veces es simplemente abrir el
archivo, releer lo que escribí, eso ya me transporta y voy agregando detalles o
veo que el texto me empieza a permitir ciertos juegos. Ese procedimiento da una
cierta extensión y ritmo al relato, que posiblemente tiene que ver con que no
tengo ganas de irme de ese lugar, de esos munditos formados por zonas o
paisajes, personajes que me generan curiosidad y de los que quiero saber más.
–Recuerdo una entrevista a Akira Kurosawa en la que decía
que leer es leer con un lápiz en la mano.
–Está muy bien eso.
Como tardo en saber de qué se trata un cuento, me toma mucho tiempo terminar la
primera versión, encontrar el final. Por eso cada cierto tiempo, cuando me
vuelvo a sentar a escribir, releo todo desde el principio, buscando el final.
En esas relecturas corrijo, no releo sin prestar atención, releo con el lápiz
en la mano. Una vez que llego a la primera versión, ya no corrijo tanto, porque
lo más fuerte se da al mismo momento en que voy escribiendo. Otro tema que me
parece fundamental es que, cuando siento que ya di lo mejor de mí, se los doy a
un par de amigos y exigentes lectores, y ahí aparece la lectura del otro que te
llama la atención sobre los aspectos que hacen ruido y te ayudan a completar el
trabajo. Porque escribiendo en soledad, podés terminar convenciéndote de que algo
está bien y por ahí no, entonces la mirada del otro te encarrila.
Cada cierto tiempo, cuando me vuelvo a sentar a escribir, releo todo desde el principio, buscando el final. En esas relecturas corrijo, no releo sin prestar atención, releo con el lápiz en la mano.
–La soledad es un espacio muy propio del oficio del
escritor.
–Me imagino que una
persona muy sociable probablemente se dedique a la actuación y no a la
escritura. Yo disfruto pasar buena parte del día en soledad, escapándome a esos
munditos que te contaba. No sabría qué hacer si no tuviera esos espacios. Más
tarde me surge la necesidad de mostrar ese trabajo y aparecen esas primeras
otras voces que me despiertan de ese hechizo en que caés en la soledad.
–El tema de la presencia del lector en el horizonte de
escritura de los escritores es de permanente debate, ¿a vos, te preocupa el
lector?
–Sí. Me preocupa
que el lector entienda, que la pase bien, hacer lo mejor posible para que la
experiencia de lectura sea entretenida. A veces las tramas no son lo más
placentero del mundo, pero sí quiero que al pasar por esas historias haya un
placer y una fluidez que venga de la escritura, del trabajo con el lenguaje. En
esas carpetas que te contaba voy juntando material que es muy de entrecasa, en
esa parte del proceso estoy pensando en qué aparece, qué me inquieta; después
cuando me siento a escribir y me pregunto por dónde empieza o por dónde sigue la
historia, recién ahí aparece el lector. Yo mismo soy el lector, porque cuando
me pierdo o me canso, dejo las cosas un tiempo y cuando vuelvo las leo con
cierto olvido, como si no fueran mías, y emerge lo que no se entiende o que
aburre, lo que está muy largo o muy corto. Y también empezás a sospechar que
tal vez la historia va por otro lado. No pienso en un lector puntual, pero sí
hay una instancia de comunicación, aunque esté muchas horas solo en casa,
renegando porque la historia no termina de salir. En el fondo sabés que eso
implica un tiempo diferido en el que otra persona va a estar dedicándole tiempo
de su vida para leerlo.
La tonada de
Federico Falco delata su procedencia cordobesa. Los paisajes que se revelan en
sus cuentos también muestran una feliz diferencia con la monotonía del paisaje
ciudadano presente en tantos libros actuales. Ese horizonte narrativo, los
temas que aborda con una voz personal, lúdica y profunda capturan al ojo lector
e invitan a pasar una temporada en ellos. Falco, a través de un trabajo de
concentración e inmersión, habita lo que escribe mucho tiempo antes de llegar a
la versión final del cuento y hacerlo habitable para el lector. Evidenciar el
artificio literario no es más importante que la historia y los personajes. Es
saludable verificar que ni todo está dicho ni todos se someten al rigor de la
moda: “Usar el paisaje como materia prima me interesa y hasta me apasiona. Uno
de los disparadores del cuento ‘Un cementerio perfecto’ es que en determinado
momento en el sur de Córdoba, donde vive mi familia, se pusieron de moda los cementerios
parque. En las afueras de Villa María había soja, soja, soja, soja, una
extensión monótona, donde se había perdido la variedad de la flora autóctona y,
de pronto, dos o tres cementerios parque con un principio de búsqueda estética.
Casi todo el paisaje era utilitario, sólo se permitía la idea de disfrute
estético cuando estaba ligada a la muerte.”
En las afueras de Villa María había soja, soja, soja, soja y,
de pronto, dos o tres cementerios parque con un principio de búsqueda estética.
–¿Así de abrupto era el corte?
–Sí, de un lado del
alambrado, un arbolito muy chiquito con un tutor, y del otro lado: soja. Me
imaginaba a los deudos en ese lugar, viendo como pasaba una máquina cosechadora
levantando soja. Si bien en el cuento no se reproduce la geografía de General
Dehesa, yo elegí mantener el nombre, porque cuando era chico la municipalidad
había decidido construir un cementerio parque al lado del tradicional. Mis
abuelos habían comprado una parcela a la que en chiste llamaban “el campito
cómodo”. Parte de la puja entre pueblos, con Cabrera, de donde soy yo, era que
ellos tenían un cementerio parque y nosotros no. Mi abuelo había elegido una
partecita bajo la sombra de un árbol y finalmente cuando se murió surgió un
problema a partir de una reasignación de parcelas y hubo que enterrarlo en otro
lado. Literariamente es una idea simple pero con un gran trasfondo que hace que
te sientes a escribir.
–¿Alguna vez te planteaste el por qué o el para qué de tu
oficio?
–En algún momento,
hace muchos años, tuve una especie de replanteo sobre por qué estaba
escribiendo, para qué lo hacía, qué buscaba con la escritura. Y lo que encontré
es que ya desde muy chico mi impulso inicial a la hora de leer -y también de
empezar jugando a escribir- tenía que ver con el entretenimiento de escaparme,
con la posibilidad de salirme del mundo para ir a otro mundo a perderme y
conocerlo y olvidarme de donde estaba. Mis mejores experiencias de lectura
tenían que ver con eso, con estar metido adentro del libro y afuera todo se
había apagado. Es la manera de vivir esa experiencia al máximo. En ese momento
de replantearme las cosas traté de volver a ese gustito original, a ese primer
puntapié de la lectura y de la escritura. Y quise que mi escritura fuese hacía
ahí. Por ahí la palabra ‘escaparse’ no suena bien, pareciera una huida y no es
necesariamente eso, sino crear el espacio para estar solo en el propio mundo.
–En ese mundo literario del que hablás, los personajes
cumplen un papel central. No son meras proyecciones tuyas, sino que tienen
carácter, hasta pareciera que los nombres calzan justo a cada uno.
–Me parece
fundamental cómo se llaman los personajes. Hasta que no tengo el nombre, no veo
al personaje. Odio hacer descripciones físicas, cuando leo salteo todo ese tipo
de cosas y termino quedándome con una característica. Un buen nombre hace que
toda esa descripción sea innecesaria. El nombre tiene que ser el personaje, lo
cambio mucho, hago listas. Si el nombre está bien puesto me ahorra decir un
montón de cosas. Es una herramienta que permite que cada lector le ponga una
cara, un cuerpo. Es uno de los temas al que más tiempo le dedico, porque hasta
que no sé el nombre, no estoy encaminado. Una vez que lo encontré, que hallé
una sonoridad que me dispara una cantidad de imágenes me quedo más tranquilo, a
partir de ahí todo es más fácil.
Me da un poco de pudor decirlo, pero yo no sé nunca muy bien sobre qué estoy escribiendo, aunque sí sé que son asuntos que me importan y me movilizan en un determinado momento.
–¿Cómo es que vas descubriendo los núcleos temáticos de
tus relatos?
–Me da un poco de
pudor decirlo, pero yo no sé nunca muy bien sobre qué estoy escribiendo, aunque
sí sé que son asuntos que me importan y me movilizan en un determinado momento.
Y por ahí en estos últimos años que son los que coincidieron con la escritura
del libro, la perdida y ciertos duelos aparecieron mucho, también la pérdida
del paisaje, hace mucho que vivo lejos de mi pueblo, donde vive mi familia. Y
la escritura fue el lugar que encontré para procesar y poder hablar muchos de
esos temas. Otra de las cosas que pasó estos años es que me mudé mucho y esas
carpetitas con archivos se volvieron mi territorio, el lugar al que volver con
cierta asiduidad.
–¿Se trata de crear un espacio y un lenguaje?
–Hay cosas que
simplemente fueron surgiendo a partir de que a mí me cuesta hablar de algunos
temas, mi relación con las palabras que les ponen nombre a ciertos sentimientos
no siempre es de las más fluidas. El territorio de la ficción me permite
canalizar ese tipo de situaciones, que en este libro fueron medio dolorosas y
la forma de referirme a ellas es a través de un cuento. Si pudiera decir
escribo el relato para hacer un determinado duelo, no habría escrito el cuento.
Pero estas situaciones no son sencillas porque al mismo tiempo escribo para
escapar de ese duelo. Escribir es la forma que encontré para decir ciertas
cosas que de otra manera no puedo poner en palabras. Es más fácil decir esto es
angustia, esto es amor, esto es felicidad, esto es ira. Mi forma de ponerle
nombre a esas emociones es generando pequeñas historias, dejándolas crecer,
pasando tiempo ahí. La apuesta es que el otro se reconozca en ese lugar, que pueda
leer esas sensaciones ahí.
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