Roberto Arlt y Rodolfo Walsh viajaron con poco más de treinta años de diferencia al nordeste argentino.Relataron esta zona, cada uno en su tiempo (con poco más de treinta años de diferencia), cada uno a su modo, cada uno persiguiendo aquello que más le interesaba.
El tiempo separa irremediablemente las vidas de Roberto Arlt
y de Rodolfo Walsh. Ambos fueron escritores que fijaron en tinta sobre papel
una manera de relatar el mundo. Además de vitalizar la narrativa argentina en
obras como Los siete locos y Cuentos para tahures transitaron
los arduos pasajes del periodismo. Arlt, a través de sus aguafuertes; Walsh
directamente tuvo que inventar un género: la no ficción, Operación Masacre es
su obra de referencia.
Ambos escritores, en algunos de sus textos menos conocidos se aventuraron en
una región común: el Nordeste argentino. Relataron esta zona, cada uno en su
tiempo (con poco más de treinta años de diferencia), cada uno a su modo, cada
uno persiguiendo aquello que más le interesaba. Los dos fueron enviados por los
medios de prensa en los que trabajaban, el diario El Mundo para el
primero, las revistas Panorama y Adán para el segundo.
El reconocimiento de Walsh está anudado a los fusilamientos
en un descampado en José León Suárez. El de Arlt, en buena medida, a sus
“cuadros urbanos” sobre Buenos Aires. El país del río es un libro que
muestra a estos escritores fuera de su circuito más habitual, que cruza sus
miradas en un solo volumen. Para deleite de los lectores conjuga momentos más
encumbrado y menos conocidos de dos de los prosistas más destacados de la
Argentina. El “hiperrealismo” de las aguafuertes fluviales de Arlt, que navegó
el Paraná en 1933; y las crónicas de Walsh, “modelo de periodismo etnográfico y
social”, que viajó junto al fotógrafo Pablo Alonso a Corrientes, Chaco y
Misiones entre 1966 y 1967.
Arlt y Walsh en el Nordeste
Cristina Iglesia estuvo a cargo de esta ejemplar edición de la Universidad Nacional de Entre Ríos y la Del Litoral, que incluye al final un cuerpo de notas producto de una minuciosa investigación realizada por Montserrat Borgatello con datos que iluminan la lectura. En el estudio introductorio, Iglesia manifiesta: “Walsh demuestra que la crónica no es la descripción más o menos ágil o ingeniosa de lo que se ve, sino la persecución de una historia que a veces puede estar encerrada en un objeto de culto como las tallas de San la Muerte, o en un tren en miniatura que recorre con lentitud exasperante unos doscientos kilómetros hacia el interior de la provincia de Corrientes.”Arlt en estas crónicas no convierte en personajes ni a los lugareños ni a sus compañeros de travesía por el río mientras que Walsh arma sus crónicas precisamente sobre las historias de los personajes con los que se va cruzando.
La reunión de estos textos proyecta una mirada renovada
sobre una zona históricamente ligada a otros autores, como Horacio Quiroga,
Haroldo Conti, Juan L. Ortiz y permite un sugerente diálogo literario.
“Apasionados u ofuscados, interesados o condescendientes, inmersos en el
paisaje fluvial, Arlt y Walsh se vuelven, en estas crónicas, pasajeros
intuitivos del río, escritores metonímicos del agua. Historia y memoria, imagen
y palabras: la zona vuelve a ser nuestra a través suyo.”
“Walsh demuestra que la crónica no es la descripción más o menos ágil o ingeniosa de lo que se ve, sino la persecución de una historia”.
Cristina Iglesia nos cuenta cómo surgió la idea de este cruce: “Me interesó mucho ver cómo narraban ese trópico nacional, esas incursiones en el mundo acuático del nordeste estos escritores tan urbanos y, a la vez, dueños de estilos tan diferentes. Y también me interesó ver de qué modo sus escrituras se esforzaban por apropiarse o por ignorar ese paisaje, cómo escuchaban el guaraní mezclado con el castellano, si se dejaban llevar por la extrañeza como le sucede a Walsh o se refugiaban en la soledad del camarote para protegerse del afuera como hace a veces Arlt.”
–El Litoral parece representar un enigma, una realidad muy
distinta a la urbana, más asociada a ambos escritores. ¿Hay un quiebre en sus
trayectorias narrativas en este pasaje a una zona menos urbana-industrial?
–Se trata de una zona atravesada por el agua –grandes ríos,
pequeños riachos, esteros, bañados, islas– caracterizada por un calor por
momentos agobiante y sumida en poderosos contrastes entre una pobreza
silenciosa y tenaz y una riqueza por momentos obscena, para ambos escritores es
un mundo “otro”. Sus viajes son, en este sentido, viajes hacia lo desconocido
de su propio país.
–¿Condiciona los escritos el hecho de que ambos hayan sido
envidados por medios de prensa?
–Las de Arlt son notas breves, escritas en su máquina en la
cubierta del barco y enviadas por correo al periódico mientras que las de Walsh
son notas más extensas (con un tiempo de investigación) para revistas como Panorama o Adán y
eso marca una diferencia. Pero de todas maneras es notable como Arlt en estas
crónicas no convierte en personajes ni a los lugareños ni a sus compañeros de
travesía por el río como sí lo hará en sus crónicas de España donde toreros,
obreros, bailarinas ocuparán el centro de la escena mientras que Walsh arma sus
crónicas precisamente sobre las historias de los personajes con los que se va
cruzando. Y es este rasgo de la construcción del relato en Walsh lo que permite
trazar una línea que va de Operación Masacre a estas crónicas: los
personajes, sus vidas, sus miedos, sus miserias son siempre centrales.
–¿Arlt ha sido una referencia en estos escritos de Walsh?
–Me he preguntado, y me han preguntado los primeros lectores
de El país del río, si Walsh conocía las crónicas fluviales de Arlt.
Existe la posibilidad –un tanto remota– de que enterado de este viaje arltiano
a esas tierras del nordeste, Walsh hubiera realizado una investigación previa
en el archivo del periódico. Pero no hay ninguna mención o algún indicio que
nos permita suponer ese conocimiento así que la pregunta permanece sin
respuesta.
–Una pregunta abierta: ¿qué significa el río para ambos
escritores?
–No sé qué significó ese enorme río para ambos escritores
pero lo que sí sé es que haberlo recorrido, cruzado una y otra vez en un buque
de carga, en lancha, en vaporcito, en balsa, contemplarlo al comienzo del día o
en las tardes nostálgicas desde su mismo medio o desde algún punto de la
orilla, no pudo haberlos dejado indemnes.
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