Entrevista con el autor de Magnetizado, un libro de no ficción en el que condesa un año de conversaciones con un asesino en serie. Busqued ensambla las partes de una historia de vida fuera de lo común utilizando dos herramientas tan raras como valiosas: escuchar y escribir.
Foto: Diego Martínez
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Primero, el caso: con más de 35 años preso, Ricardo
Melogno es el detenido “más antiguo en un dispositivo psiquiátrico”, según
informa la Procuración Penitenciaria de la Nación. Aun cumplida su condena,
nadie se anima a firmar su libertad definitiva. A sus 19 años, Melogno cometió
cuatro asesinatos idénticos a lo largo de una semana. Luego se detuvo. Durante
un mes la policía investigó sin ningún resultado. La cobertura periodística
estaba tan extraviada como la Justicia y daba rienda suelta a morbosas
hipótesis.
“Es el que viene”, esa seguridad interior impulsaba
a Melogno a parar un taxi, indicar una dirección cerca de la casa de su madre
para luego asesinar fríamente al chofer de un disparo en la sien derecha.
Después del homicidio, se fumaba uno o dos cigarrillos en el auto y al terminar
se iba a comer a una pizzería. Más tarde colocaba los documentos de sus
víctimas en un pequeño altar en un cobertizo de su casa
paterna. Finalmente, su hermano y su padre lo entregaron al juez con la
promesa de que no lo lastimarían: “era una policía brava la de aquella época,
muy de apremios ilegales”, le apunta el magistrado al escritor.
Hace casi diez años, Carlos
Busqued impactó con su novela Bajo este sol tremendo. Este año, mantuvo la vara
alta con Magnetizado. Luego de un año de conversaciones en el pabellón
psiquiátrico de la cárcel de Ezeiza, el escritor hizo mucho más que reconstruir
un caso enigmático, logró ensamblar las partes de una historia de vida fuera de
lo común utilizando dos herramientas tan raras como valiosas: escuchar y
escribir.
La presencia de Busqued en
el libro es fantasmal, aparece lo mínimo necesario para que el relato fluya. La
voz de Melogno, no la del joven asesino de veinte años, sino la del adulto que
atravesó el infierno del sistema psiquiátrico penal y para sorpresa de muchos
no sucumbió, domina el libro. El relato que pasea por los laberintos de su
mente y de su vida obtiene gran parte de su fuerza de la química que entablaron
el escritor y el convicto, del que habla con simpatía durante toda la
entrevista.
“Sintonizo con la gente
rota”, dice Busqued en un bar luego de que un joven con severos problemas de
comunicación se le acercara antes de la entrevista y comenzaran una extravagante
conversación que se mantuvo blindada para este cronista.
Al terminar esa charla,
comenta: “Tengo familiaridad con este clima” “Pero también te lo tomás con
humor”. “Me permito el humor porque de alguna manera me es inevitable y no
tengo otra. Además no es aburrido, me produce un interés genuino. No quiero
exagerar, pero todo lo que me sucede es así. No sé si lo atraigo o lo vivo así
o veo especialmente ese costado más oscuro. Sintonizo con cosas y personas más
bien rotas Eso es lo que me llama la atención y todo lo otro me aburre
soberanamente. Me implica un trabajo gigante acompañar el funcionamiento del
mundo y tratar de funcionar a la par. Esto otro, esta sintonía con lo que no
funciona, por un lado es la que me toca y, por otro, vivo en ese mundo. Tengo
un sobrino que es contador y disfruta su trabajo. Envidio eso, me encantaría,
pero para vivir así hay que seguir las reglas del resto y eso es tremendo. Me
siento más cerca de lo que no funciona”, dice sonriendo.
–Sin embargo, para relatar no podés estar totalmente
“capturado”, necesitás cierto distanciamiento.
–Sí, supongo que al tener un pie en este otro lado, hay
una tensión y puedo registrar ese otro mundo. Cuando estás del otro lado, ya
vivís ahí y no lo vivís como algo a ser contado, porque es tu historia. Tal vez
es esa tensión de un pie en cada lado... Hay un poema de Carver que dice “parte
de este mundo y sin embargo parte de aquel”.
La causa de los asesinatos que cometió Melogno, siempre
mencionado como Ricardo por Busqued, nunca fue determinada. El propio Melogno
la desconoce y los psiquiatras dan diagnósticos variados. El misterio sobre el
origen del mal que impulsó esos asesinatos recorre todo el libro y es parte del
magnetismo que lleva a que se lo lea de un tirón. Pero también surge el encanto
de una voz capaz de contar los hechos más atroces, de los que fue víctima y
victimario, con una honestidad que desarma al lector y le permite continuar la
lectura como si bajara a las mazmorras de un castillo construido enfrente de
toda la sociedad, pero que todos se niegan a ver.
–En el relato de Melogno, esa división en dos
mundos está presente de modo literal.
–La
diferencia con el otro mundo es que ahí él era alguien, acá no era nadie. Hay
un momento muy lindo de Ricardo en el que, explicando su presencia en el mundo
real, dice más o menos: “yo me siento como en un rincón oscuro de una fiesta
mirando encantado lo que hacen los otros”. No dice mirando con rencor, la
palabra encantado es de él. Su posición frente a los otros es esa. Esa palabra
le salió limpísima.
–Sin embargo, en algún momento hablás de monstruo.
–Claro,
pero no en el sentido moral, sino de lo no usual, porque ser él es una
desgracia que le pasa a él. Ese es el chiste profundo de esta historia. Es un
monstruo sin regodeo, y eso lo hace inasible. Ricardo es puro desconcierto, eso
lo hace inquietante. La única vez que hay un regodeo es cuando cuenta que
estaba matando a un taxista y después se va a comer una milanesa de pollo y una
mousse de chocolate. Ahí se regodea, pero en la mousse. Entonces, es un
desconcierto muy grande, porque ser él es una desgracia que le pasa a él
mismo.
–Él relata su vida, la infancia con una madre
abusiva, los asesinatos, el tenebroso mundo penitenciario, pero no es un
discurso loco.
–Él
no es el mismo congelado de aquél momento de hace treinta y pico de años. Es el
resultado de todo eso que pasó. Es el resultado de toda esa serie de eventos.
Ahora es otra persona, no sabemos bien qué clase de persona, pero sí otra. Él
no aliviana su responsabilidad. Justamente eso habla de la distancia que tiene.
Lo asume como parte de su vida, pero a su vez tiene la capacidad de pensar
sobre eso. No está anclado en esos asesinatos. Pero ninguno de nosotros es
el mismo que hace veinte años. Nos filtraron treinta coladores, entonces
estamos distintos. Claro que los coladores de él fueron bastante más
ásperos.
–Incluso hasta cierta poesía. Porque la literatura tiene
la comunicación con un otro. Pero todo eso que dice es para él, tiene la poesía
de lo que sucede en sí mismo. No es una posición construida ante otro. No es un
relato o un mensaje para presentarle al otro. Hay un vuelo que no había sido
percibido, ni siquiera por él. Ricardo es una persona notable que estuvo oculta
mucho tiempo.
–El libro tiene la fuerza de una ficción, en el sentido de qué te permite ver lo que se cuenta como si uno estuviera allí.
–Dada
la naturaleza de la historia, yo tenía que ser muy “picante” para hacer otra
cosa. Además, qué puedo decir de la historia de Ricardo más que lo que dice
él. Es tan inexplicable que para decir algo tendría que mirar desde muy
lejos, pero yo solo podía prestarle atención a Ricardo. Sería muy choto si para
quedar bien yo, armara algo que no estuviera a su altura. Incluí una breve
ficción, pero ni siquiera es un pensamiento, es un volver a pensar
literariamente que habrá sentido Ricardo en ese momento en que se ve en el
espejo retrovisor. Además era más potente narrar desde él, además que es el
encuentro con él.
–¿Cómo fue correrte de escena y ser un autor-editor?
–Ese
es mi laburo. En la realidad yo intervine mucho más, los diálogos fueron mucho
más dispersos, Ricardo no daba respuestas tan largas y hacíamos chistes, nos
reíamos. Pero cuando llegué al criterio de sacar todo lo que no aportaba,
me di cuenta que no valía la pena incluirme. Si se me hubiera ocurrido la gran
idea, la habría puesto (se ríe). La rareza de la situación me disculpa
de no tener esa idea.
–No está el sensacionalismo de plantear un enigma.
–Es
un libro que no tiene promesas. Hubiera sido una gran injusticia, primero
porque es una historia muy triste. Es un tipo que ha estado sepultado. Lo
más parecido a la justicia que puedo hacer es escucharlo. Porque todo
el que pudo hablar con él ha emitido un juicio. Entonces, si puedo mantener una
reparación en esta historia, es escucharlo. A la mayoría de los que han leído
el libro, les cae bien, más allá que siempre puede caerte algún facho.
–Cuando trabajaste la construcción del libro,
pensabas en el lector…
–Sí.
Prefiero dejar cosas afuera a aburrir. No me puedo permitir que alguien cierre
el libro por estar aburrido. Entonces, sí, está muy editado, pero respetando su
voz y para que sea más accesible el costado interesante de la historia. Pero si
hasta la vida de San Martín debe ser un embole si no hay un recorte o una
edición. Yo soy esa clase de lector. En el único lugar en que no me parece mal
ser fascista es cuando lees, porque no jodés a nadie. Me aburriste, te largo.
Es mi derecho. Porque cuando me muera voy a extrañar esos diez minutos de mi
vida que pasé leyendo un embole. Por lo menos que sea entretenido.
–El infierno del sistema penal y psiquiátrico
con litros de drogas inyectándole a los internos que retratás es de todo menos
entretenido.
–Cuando digo entretenido, digo que la cosa fluya, y que el lector
se mantenga interesado. Los libros que más me han interesado son los que me han
provisto de experiencias. La apuesta es llevarte a un lado en el que no
estuviste, y con suerte no vas a estar. Eso le quiero dar al lector.
–En ese momento, lo más parecido a una
reflexión que se me ocurrió era un grabado de Escher que se llama “galería
de grabados”, que presenta un problema en el centro que está en blanco. En
Ricardo el núcleo de interés es la semana de asesinatos, que tiene un
antes que la propicia y un después que es la consecuencia. No sabemos cuál
es el camino que nos lleva a ese evento central, no conocemos su naturaleza. El
núcleo del asunto es un gran signo de pregunta. Explicar todo esto es un
quilombo (durante la entrevista dio una descripción detallada del cuadro de
Escher), pero es el único paralelismo que se me ocurría con Ricardo. Una
deformación alrededor de un núcleo inexplicable. Entonces, de unas veinte
páginas en las que intentaba explicar esto, quedó ese relato de menos de una
página del juego de miradas con el espejo. Estamos ante una historia deformada
con un núcleo insondable.
Bonus track: la historieta y otros vicios
En el libro, Busqued y Megnolo tienen un diálogo casi
nerd sobre las historietas de Editorial Columba. Mencionar el tema en la
entrevista, lo llevó a explayarse sobre ese punto, en especial sobre el
guionista estrella de la editorial, Robin Wood: “Columba es otra parte de la cultura
argentina ignorada casi por completo. Robin Wood ha tenido más lectores que
todos los escritores argentinos de toda la historia sumados. Un tipo con vuelo,
no es Nik”.
Varias
generaciones de argentinos han leído esas historietas, y su conocimiento de la
vida y obra de Wood lleva el sello esa sintonía con los marginalizados: “Wood
es paraguayo, muy lector e inmensamente culto, después de trabajar en una
fábrica, se juntaba con otro a hablar de cultura sumeria: Ahí nace Nippur, date
una idea de lo que es esa persona. Vos te comías a esos personajes. Un
diseñador de mundos. La historieta culta lo marginó, igual tuvo algunos
reconocimientos. Él dice algo que es cierto, lo leían el policía y el obrero de
la fábrica, la verdadera literatura peronista es la mía, decía. Es un tipo
siempre preocupado porque pasen cosas, hay suceso y gente reaccionando frente a
eso”.
Sin embargo, “a la
Fierro la quiero”, admite. Y en la conversación se mezcla con otra de sus actividades, también
relacionada con armar lo desamado, en
este caso, maquetas de aviones históricos: “Ahora le estoy armando un
avioncito a Carlos Sampayo, el guionista de Alack Sinner. ¿Conocés a Aclack
Sinner? Es una historieta muy picante y tardé mucho en entrarle, pero cuando la
entedí me maravilló, incluido el dibujo. Lo leí mucho tiempo. ¡La sensibilidad
de ese personaje!” ¿Y cómo llegaste a saber eso? “Hace poco conocí a Sampayo y
hablamos de aviones, así. A él le gusta mucho un policarbon biplano y yo tengo
uno posterior a ese pero basado en el mismo modelo.Una versión más corta de la nota fue publicada acá.
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