26 ene 2011

¿Quién es el dueño del idioma?

Dos notas en Tiempo Argentino sobre el negocio tras el dominio de la lengua.


Ardua discusión internacional: ¿quién es el “dueño” del español
Se presentaron los distintos exámenes que se realizan en España, México y la Argentina


Los estudiantes de Español como Lengua Extranjera (ELE) tienen problemas que jamás tendrían en su lengua materna. Dudas que jamás tendría un hablante nativo confunden y ofuscan diariamente a una multitud de extranjeros que intentan penetrar los arcanos del idioma. Explicar por qué “soy estudiante” y no “estoy estudiante” o, sencillamente, cuándo un sustantivo requiere o no el acompañamiento de un artículo demandan la presencia de un profesor que lo explique.
Pero, ¿quién certifica que un hablante no nativo adquirió las competencias lingüísticas necesarias para desempeñarse en diferentes ámbitos? Este es un campo que se disputa a nivel internacional. Por una parte, validado por los ministerios de Educación y de Relaciones Exteriores de la Argentina, está el CELU (Certificado de Español: Lengua y Uso). Por la otra, España posee el DELE (Diploma de Español como Lengua Extranjera), administrado por el Instituto Cervantes.
Durante esta semana, desde el miércoles y hasta ayer, en la Universidad de Cuyo se presentaron los diferentes exámenes existentes, elaborados en la Argentina, España y México. El Instituto Cervantes apunta a unir las diferentes certificaciones bajo un sello único. Se trata de una iniciativa trasnacional que tiene entre sus objetivos incrementar la importancia de la lengua española en el mundo. Esta postura es vista por muchos como colonialista por querer “quedarse con el negocio del español”, e indirectamente someter las autonomías a una verificación internacional.
Sin embargo, existen otros proyectos y otras preocupaciones en torno a la lengua, la UBA resalta el trabajo realizado con residentes –migrantes o poblaciones aborígenes internas que, a veces, llegan al castellano como segunda lengua– y al llamado turismo lingüístico constituido por los extranjeros que quieren estudiar el idioma en el país, actividad que crece sin pausas en la Argentina (ver recuadro).
¿Es posible pensar en políticas lingüísticas centradas en nuestras propias necesidades? Consultada por Tiempo Argentino, Leonor Acuña, investigadora del Instituto Nacional de Antropología y representante de la UBA en el CELU, responde que sí: “En la Argentina se hace mucho en esa dirección. Esas acciones no tienen, a veces, tanta visibilidad, pero tenemos la experiencia de formación de docentes indígenas bilingües en el Chaco, por ejemplo, o la enseñanza de español a los refugiados por convenio con la ACNUR.”
La investigadora opina que una certificación propia permite a la Argentina desarrollar una orientación autónoma de la enseñanza del castellano. “Producir nuestro propio enfoque sobre el tema influye en los procesos de enseñanza y en la creación de materiales pedagógicos, entre otras cosas. Todo esto –destaca– hace a la autonomía de la investigación y a pensar diferentes estrategias de inserción tanto nacionales como regionales.”
Desde este lugar, podemos integrarnos a otras organizaciones, pero siempre desde la agenda de trabajo que decidimos autónomamente.
En el encuentro en la Universidad de Cuyo, académicos de América y España expusieron posiciones enfrentadas, la necesidad de unificar criterios de evaluación de los hablantes no nativos, o si es posible la convivencia de diferentes propuestas sobre nuestra lengua. La discusión no es menor, ya que implica pensar políticas no avasalladoras centradas en las necesidades locales y regionales, y claro, también involucra avanzar en la discusión respecto de si hay un dueño de la lengua castellana legítima, o no.


El negocio tras la lengua y normas que ignoran la diversidad cultural
Hay una nueva ortografía “oficial” del español. Así lo decretaron la Real Academia Española (RAE) y sus compañeras menos monárquicas en Guadalajara, México, hace unos 15 días. Se lanzó el 17 de diciembre en Madrid. El breve tiempo entre la aprobación y la salida de imprenta llama la atención de algunos que recelan que los cambios ya estaban acordados previamente. Esta duda no pasa de ser una sospecha, pero pone en foco el negocio tras la lengua, un tema del que habitualmente no se habla.
El resultado de la reunión de las 22 academias cabe en pocas páginas, de hecho los cambios centrales han sido registrados en breves notas por todos los diarios de habla hispana. ¿De dónde salen, entonces, las 800 páginas anunciadas? La respuesta está en la extensión de los apartados explicativos que integran el nuevo volumen. Como lo expuso Moreno de Alba, director de la Academia Mexicana, durante su presentación, es nueva no porque “modifique reglas o cree otras nuevas, sino porque las explica en todo detalle”.
Si la intención panhispánica de las academias es verdaderamente pluricéntrica, ¿por qué imponer la denominación “uve” para la “v corta”? Es decir, ¿por qué disciplinar la diversidad que nunca ha afectado la unidad? Y si el objetivo planteado es dar herramientas lingüísticas a los 450 millones hablantes y no esconde ánimo de lucro por qué publicar trabajos colosales que sólo sirven a especialistas y no poner los PDF o crear dispositivos interactivos en Internet.
Se trata de dos polémicas que no suelen tener espacio en los medios de comunicación: una es la unificación arbitraria de diferentes variantes del español con normas inconsistentes, la otra es la motivación comercial de los cambios propuestos por las academias encabezadas por la RAE.
Respecto de la primera, algunos miembros de la misma Academia toman distancia. Javier Marías, por suerte, afirmó: “Voy a seguir escribiendo como me apetezca –y agregó– algunos se han quejado de que en lugar de espurio escribo espúreo, una fórmula que hace años que no acepta la RAE. Me parece más auténtico. La palabra espurio la encuentro espúrea.” Arturo Pérez-Reverte, otro español, en una red social expuso: “Seguiré escribiendo Qatar e Iraq –en vez de Catar e Irak–, de momento. También Y griega –y no ye–, sólo y guión.” Es que los cambios propuestos no siempre limpian, fijan y dan esplendor, como dice el famoso lema. En la misma línea, Fernando Vallejos declaró no entender por qué truhán y guión perdían el acento, lo mismo que el mexicano José Emilio Pacheco.
La segunda polémica gira en torno a que la arbitrariedad de los cambios y la mucha publicidad hacen fácil vincular la publicación de la “nueva” ortografía a la explotación editorial más que al interés por la lengua. Espasa y Santillana, sin concurso público, son las editoriales que comparten el negocio con la RAE, y en esta oportunidad navideña la primera tomó la posta. Tal vez porque Santillana tuvo a su cargo los dos últimos éxitos de venta, es decir, el del Diccionario Panhispánico de Dudas y la edición popular del Quijote. Esta última, presentada en Rosario, vendió 2000 ejemplares a dos días de su lanzamiento, al mes ya había agotado una tirada de 12 mil, y ya planeaba dos tiradas de más de 30 mil ejemplares, todo esto sólo (léase solo) en la Argentina. La primera tirada consta de 85 mil ejemplares para España, luego vendrá el negocio americano.
Para muchos, la política panhispánica de la RAE es parte de la expansión económica española sobre América, dada la preponderancia que posee sobre las otras academias. Felipe Garrido, miembro de la mexicana, afirmó que la “Real Academia Española conserva una superioridad con –respecto- a las demás academias”, “es la única que tiene el presupuesto suficiente y tiene dinero para publicar los diccionarios”. Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina, reconoció que el peso relativo de cada institución es monetario: “México compra desde hace 20 años 1,5 millón ejemplares de cada libro que publica la Academia Española o la unión de academias”.
Todos los caminos conducen a la RAE y la confusión de criterios lingüísticos con mercantiles oscurece las transformaciones que se quieren aplicar, y sobre todo tal vez sea tiempo de plantear una norma verdaderamente pluricéntrica


Publicado en Tiempo Argentino el 27 de Noviembre de 2010

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