24 jul 2011

Escribir el cine, mirar un libro

El hombre sentado, de Ariel Magnus

Publicado en Suplemento Cultura de Tiempo Argentino el 16 de Enero de 2010

Ariel Magnus no escribe para atrás, pero recorre el camino inverso. Una película le inspira una novela. Así surge El hombre sentado. Más que adaptación novelesca de un film, experiencia subjetiva y creativa del espectador que vuelve como texto, dispuesto a encarar nuevos horizontes de productividad y circulación. Ahora, en ambos extremos de la imagen, hay literatura: el guión que la encamina y los relatos que sugiere. Canciones del segundo piso, de Roy Andersson, es una perla cinematográfica que deja marcas de su origen sueco en la narración sudamericana que presenta Eterna Cadencia. Por ejemplo, las escenas de alto patetismo narradas con precisión desde una distancia un poco aséptica. Para dar cuenta de las imágenes, la prosa que da vida a esta ficción debe trastocarse, “trajes siempre peinados, las veredas planchadas, y los pelos sin un papel”, sólo así logra retratar ese paisaje tan absurdo como cruel y poético. Los personajes que allí habitan parecen salir siempre peor de lo que entraron. Desde el empleado despedido luego de más de 30 años de trabajo, hasta el jefe que se lo comunica, sabiendo que debe completar mil avisos como ese. Hombres frustrados –“casi una versión humana del vacío”– mujeres insatisfechas, hijos dementes, padres decepcionados. A esa galería de figuras no le falta ni la marcha fanática de una secta milenarista que clama por la vida de una virgen para salvar la raza humana. Todo esto en una urbe nórdica moderna de “edificios encapotados y el cielo de cemento”, paralizada por un gran embotellamiento. El humor cáustico y absurdo con que se narran estos destinos es combustible suficiente para recorrer la novela. El pintoresquismo localista es expulsado de allí. La novela de Magnus no trata de porteñizar los personajes, sino que muestra hombres y mujeres destrozados por los engranajes de una sociedad que se mueve al ritmo del mercado de valores, insensible a la suerte de sus propios habitantes, que al mismo tiempo basan sus relaciones en la indiferencia. La escritura ahonda en una sociedad con un pasado brutal que no se deja morir, y en la intolerancia y la xenofobia como forma degradada de la relación con el otro –hace pocos días Buenos Aires mostró la vigencia de esta violenta y pesada realidad–. La poesía y la pureza son sacrificadas en honor de un orden que no parece hacer demasiado feliz a nadie. El autor de Un chino en bicicleta (premio La Otra Orilla 2007) encara un difícil experimento literario, ahora sólo resta que algún director sueco se inspire en la novela de Magnus, escriba un guión y filme otra película.

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