El autor de este libro está fuera del alcance de toda ayuda psiquiátrica." Así, entre la crítica y el diagnóstico, era lapidariamente calificado uno de los más sofisticados escritores de ciencia ficción del siglo XX. Para ese entonces, J. G. Ballard había pasado parte de su niñez en un campo de prisioneros japonés, había imaginado cuerpos mutilados atravesados por la tecnología, y representado un erotismo salvaje que desafiaba toda norma bien pensante. Será por todo eso que Ballard recibió semejante censura como un galardón.
La charlas de Para una autopsia de la vida cotidiana logran la pequeña hazaña de integrar al lector a la conversación animada, lúcida y vibrante de JG Ballard. Pero de sus palabras no surge el perverso creador de pesadillas ni un erotómano incontinente sino un metódico padre de familia que crio solo a sus tres hijos, el sosegado vecino de un pequeño pueblito inglés. Tras el avieso escritor aparece un lector programático que se sentaba a investigar detenidamente antes de emprender la escritura de una novela.
En oposición a tanta conquista del espacio exterior que saturaba la literatura de ciencia ficción, JG Ballard encontró las claves para descifrar el futuro en los "espacios interiores" del ser humano. "Mejor echar un vistazo dentro de la propia cabeza, a la selva infinita que crece dentro de nuestro dispositivo sensorial."
El libro deja ver las obsesiones del creador de algunas distopías del siglo XX, ya vueltas realidad en este XXI. ¿Cómo responde la mente a los retos de la tecnología aliada al consumismo y la cultura de masas? ¿Cómo se acopla la tecnología al cuerpo? El creador de Crash y El imperio del sol –ambos grandes éxitos del cine, que lo catapultaron a la fama y la masividad– vio que el futuro sería "todo un palo" antes que el mismísimo Patricio Rey.
Ballard, amable, generoso y jovial con sus entrevistadores llama sin estridencias a desentrañar la madeja punitiva que forma el ser humano en su interacción social, como forma de ser más consciente y, por ende, más libre. "Es necesario desmantelar ese asfixiante dispositivo de convenciones que llamamos realidad, y los actos violentos de toda índole, como accidentes, enfermedades o traumas graves, tienen una suerte de efecto liberador. Quiero decir: la gente habla con nostalgia de la Segunda Guerra, no porque en aquellos tiempos los estándares morales fueran más relajados, ni porque la gente fuera menos consciente, o porque viviera más el momento y tratara de pasarla bien, sino porque simplemente el decorado convencional que nos rodea y del cual no podemos escapar, de repente se vino abajo con la guerra. Ciertamente, hay un elemento de magia que se libera en esa situación."
(Publicado en el Suplemento Cultura de Tiempo Argentino)
(Publicado en el Suplemento Cultura de Tiempo Argentino)
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