14 abr 2014

El empampado Riquelme


Esta entrada nace cuando Patricia me cuenta la historia que leyó en El empampado Riquelme. Las historias tienen muchos comienzos. Uno de los inicios de la de Julio Riquelme Ramírez surge a cuarenta y tres años de su muerte, en un sobre cerrado en el baño de un aeropuerto, en ese sobre se indica la ubicación precisa de un esqueleto humano en el desierto de Atacama. Así arranca una investigación judicial. Otro principio se da con la escueta noticia periodística que informa acerca del evento, pero confundiendo la identidad de este Riquelme con otro, un detenido desaparecido durante la dictadura chilena. A partir de esa referencia, Francisco Mouat da rienda a una investigación que terminará un par de años más tarde con la publicación del libro. 

“El recorte y sobre todo lo que no decía esa breve nota, los misterios y las preguntas que uno podía hacerse después de leer las primeras informaciones, convirtieron desde esa misma tarde todo lo relativo a Riquelme en una obsesión”.

Así lucía Julio Riquelme al ser hallado
      a cuarenta y tres años de su desaparición.

Apenas comenzado el relato se revela que el tal Riquelme había emprendido hacía cuarenta y tres años -el 1 de febrero de 1956- un viaje en tren desde Chillán, en el sur de chile, hacia Iquique, bien en el norte. Iba a reencontrarse con un hijo en el bautismo de un nieto. Nunca llegó a destino. Nunca más se supo de él hasta que en 1999, más de cuatro décadas más tarde, un desconocido dejó un sobre cerrado en el baño de un aeropuerto con objetos personales de Riquelme y las coordenadas del GPS de su esqueleto.

“Empamparse en el desierto es tan común como dramático. No hay desierto en el mundo que escape a esta costumbre de desorientar a cualquiera que desafíe sus límites. Hubo una época, la del auge de las salitreras, que llenó el desierto de Atacama de fantasmas y leyendas que venían a rescatar a los perdidos para siempre.”

La historia, evidentemente, había comenzado mucho antes y recorrió toda clase de caminos misteriosos hasta emerger como un alarido mudo en medio del desierto. Reconstruir la identidad de Riquelme requirió dilucidar una compleja trama familiar, entrevistar amigos de aquel entonces, hasta que finalmente comenzó a encarnar una persona en ese fantasma.

El desierto es otra de las presencias constantes de este libro. Historias del desierto vienen a enriquecer de muerte y extrañeza el relato, aunque se extraña la profundización en esos casos que llenan de sentido el vacío del desierto. Por ejemplo, el del asesino serial conocido como "El Mariconazo", o el del soldado chileno muerto en 1881 y encontrado en 1998 junto con un diario personal. O la del detenido desaparecido José Riquelme, con quien primero se confunde al apampado Riquelme.

Los misterios sin embargo continúan. La prosa de Francisco Mouat suma preguntas preguntas preguntas que Mouat sabe formular. ¿Cómo llegó este hombre desde el tren en que viajaba hasta ese sitio en el desierto? ¿Se cayó? ¿Lo tiraron? ¿Se bajó en una estación previa, caminó y se perdió? Mouat logra lo que parecía imposible, luego de encarnar al aparecido, reconstruye los últimos momentos de su vida arriba del tren.

Algunas preguntas sobre la personalidad de Riquelme o qué pasó por su cabeza arriba del tren o cómo fueron sus últimos minutos de soledad en el desierto antes de morir permanecen en un misterio insondable. Las páginas reservadas a las entrevistas a un grafólogo que "lee" la personalidad del muerto, o la de una vidente que “ve” lo que hizo y sintió Riquelme en sus ultimísimos momentos sobran como lo haría una invasión alienígena. A través de muchos testimonios el relato ya había dicho lo que se podía decir, abundar como en un talk show resta y tiñe de obsceno, pero no tanto como para empañar una historia apasionante.


Objetos personales de Julio Riquelme dejados en un sobre 
en el baño de un aeropuerto junto con una carta
con las coordenadas de GPS en las que  se encontraba su esqueleto.

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