En esta entrevista, John Gibler cuenta qué lo llevó a investigar la masacre de estudiantes de Ayotzinapa y cómo construyó el libro sólo con los testimonios de los sobrevivientes, inspirado en las obras de Elena Poniatowska (La noche de Tlatelolco) y la novela Los detectives salvajes de Roberto Bolaño
La mañana del 27 de
septiembre de 2014, México despertó con la noticia de la desaparición masiva
forzada de estudiantes en la ciudad de Iguala, estado de Guerrero. La confusión
de las versiones que comenzaban a arreciar desde temprano en los medios no ayudó
a calmar los interrogantes. Con el paso de los días, la situación informativa
no mejoraba, las versiones se multiplicaban, y los hechos quedaban más borrosos
aún.
La apuesta es radical. Tanto en términos
periodísticos como literarios. Testimonio tras testimonio sin intervención de
terceras voces, ni la del propio periodista, dan cuerpo y hacen avanzar la
acción cronológicamente hacia el centro vertiginoso de la noche en que los
estudiantes normalistas –que se preparaban como todos los años para ir al DF a
recordar la matanza de estudiantes del 2 de octubre de 1968– fueron
acorralados, perseguidos, ametrallados, asesinados y desaparecidos por la
policía.
En una video-entrevista, Gibler cuenta cómo
fue el proceso de investigación y de construcción del libro, y cómo se enteró
de los acontecimientos: “Como muchos, vi la noticia muy temprano la mañana del
sábado 27, pocas horas después de los ataques. Al principio, la verdad, no
quise creer que estuvieran desaparecidos. He trabajado en el estado de Guerrero
desde el año 2000, conocía la Normal. Además habían asesinado de manera brutal
a dos estudiantes en diciembre de 2011. Era un golpe muy fuerte y tardé en
dimensionar qué estaba pasando.”
Llegué y ese día presentaban unas fosas clandestinas gigantes en las afueras de Iguala con 28 cuerpos. Ya los hechos iban a una velocidad muy intensa, por las movilizaciones de las familias y por las maniobras del gobierno. Después de unas cinco entrevistas, empecé a darme cuenta de que la información básica en los medios, aun de los que simpatizaban con los estudiantes, estaba mal.
–¿Qué
pasaba el 2 de octubre?
–Yo fui a esa marcha pensando que habría alguna comisión de
la Normal, y que podría platicar con ellos, porque aún en los medios había
muchísima confusión. Yo leía todo lo que salía, en inglés y en español, y no
entendía ni lo básico de que había sucedido. Había muchas versiones no
confirmadas, la que más se repetía era que los estudiantes iban a boicotear un
evento político de María de los Ángeles Pineda, esposa del alcalde de Iguala. Y
eso, por un lado, justificaba la violencia contra los estudiantes, “mira donde
se metieron”, y por otro, era concentrar la responsabilidad en el nivel local.
Y el gobierno empezó a jugar con la construcción del narco-alcalde. Pareciera
que ellos eran unos súper narco, y el gobierno filtraba información para
construir esa figura.
La
investigación - El momento de la escucha
Escuchar es una de las acciones más
difíciles y necesarias de los tiempos actuales. Pero no como una actitud
pasiva, sino como una forma de compromiso hacia el otro. Historia oral de la infamia es un libro basado en una acción de
escucha minuciosa. En un contexto en el que los hechos se volvían más densos y oscuros.
“Llegué y ese día presentaban unas fosas clandestinas gigantes en las afueras
de Iguala con 28 cuerpos. Ya los hechos iban a una velocidad muy intensa, por
las movilizaciones de las familias y por las maniobras del gobierno. Después de
unas cinco entrevistas, empecé a darme cuenta de que la información básica en
los medios, aun de los que simpatizaban con los estudiantes, estaba mal.
Abarcaban un solo escenario cuando los ataques ocurrieron en muchos momentos y
en muchos lugares en la misma noche, en la ciudad y fuera de la ciudad.”
John Gibler cuenta que cada vez que
regresaba a la Normal, se encontraba con más sobrevivientes que querían
participar de las movilizaciones. “Pues los buscaba, pedía permiso, y los
entrevistaba más y más. No pensaba en qué iba a hacer con eso. No me gusta
tomar decisiones antes de hacer el trabajo de investigación. Pienso que la
historia misma me comunicará cómo debe ser contada. Entonces lo primero es
escuchar la historia de las personas que la han vivido, y recién después ver
qué forma se necesita para contarlo.”
El momento de la narración - Un libro hecho de voces
–Ya
cuando pensaste en el libro, ¿tenías algún modelo en vista?
–Cuando decido producir algo en forma de un
libro, simplemente por corazonada pensé que no hacía falta que yo escribiera.
Allí estaba todo dicho por las personas que vivieron los hechos y decidí no
incluir la mayoría del material de archivo, lo que urgía era documentar esa
noche y acompañar a los sobrevivientes.
"El espíritu de hacer una historia oral lo tomo del libro de Elena Poniatowska sobre la masacre del 2 de octubre del 68 (La masacre de Tlatelolco), pero la estructura narrativa viene de la novela Los detectives salvajes de Roberto Bolaño".
–En
el montaje tipo documental que hacés, en primer lugar vas presentando qué clase
de población asiste a la Normal, por qué estudian, como son sus familias...
–En las entrevistas, cuando yo sentía que
alguno de los chavos tenía ganas de platicar, les hacía más preguntas. Pero eso
fue meses antes de pensar en hacer un libro. Era parte de la dinámica de la
entrevista. Cuando voy madurando en hacer un libro ya tenía la pila de
entrevistas hechas y transcriptas, a 25 normalistas y a otras víctimas como los
del equipo de fútbol de los Avispones, periodistas de Iguala, etcétera. El
espíritu de hacer una historia oral lo tomo del libro de Elena Poniatowska
sobre la masacre del 2 de octubre del 68 (La
noche de Tlatelolco), pero la estructura narrativa viene de la novela Los detectives salvajes de Roberto
Bolaño que, por supuesto, es ficción, pero escrito a modo de testimonios que
avanzan en el tiempo más o menos cronológicamente a lo largo de 20 años. Yo
quería narrar avanzando en el tiempo, con esa multiplicidad de voces, pero
abarcando una sola noche. En Los
detectives… la historia se fragmenta, y el foco está siempre como
desplazado, porque se introducen todo el tiempo mini historias. En este caso,
se trata de una serie de hechos –más que personajes– que unen todo. Esa
multiplicidad de voces que avanza en el tiempo en forma cronológica viene de
ahí, porque se trata de una serie de ataques diferentes todos coordinados.
–Si
bien te hacés a un lado como escritor, sos el
responsable de la narración.
–Viendo todos los testimonios que tenía,
imaginé un arco narrativo con esa multiplicidad de voces avanzando todas
juntas. Pensé, güey, a ver si alcanzo, a ver si me faltan momentos clave, a ver
si la entrevista aguanta el peso narrativo. Entonces simplemente lo empecé a
armar. Primero leyendo todo el material, y luego hice una guía de los
diferentes momentos. Y al final creí que sí, que se armaba. No escribo, pero obviamente
intervengo y estoy metido por todas partes, porque soy quien fue hasta allí y
los grabé, con su permiso por supuesto, cada uno escogió su seudónimo para
proteger su seguridad. Y claro en la selección de los fragmentos y la decisión de
la estructura.
–El
tiempo narrativo es fundamental para que el lector entienda quiénes son los
chicos en sus propias voces, y luego entren juntos en ese vértigo de violencia.
–Yo quise empezar muy lento, porque la
historia es tan terrible y la velocidad de los hechos en algún momento es tan
angustiante, que creí importante empezar muy despacio y así acercarnos un poco
a ellos. Antes de acompañarlos en esa noche de terror, era necesario conocerlos
tantito, saber un poco quiénes son, de dónde vienen. Y ya, ahí sí acompañarlos
a través de esa noche hasta la mañana temprano del día 27, cuando ellos se dan
cuenta que no sabían dónde estaban los compas. Todos creían que estaban en la
cárcel, porque se los había llevado la policía. Cuando empiezan a darse cuenta
que nadie sabe dónde están, ahí hago un corte y aparece la voz de un papá, que
había hablado con su hijo por teléfono la noche anterior para después ir a
buscarlo. Esas cosas las hice muy a propósito, con un cuidado y un afán de
agarrar al lector, de jalarlo e impactarlo.
–Del
libro no surge el porqué de ese nivel de violencia.
–No, y no queda explicado porque el
gobierno federal sigue encubriendo. No podemos preguntarle a la persona que le
cortó el rostro a Julio César Mondragón en vida por qué hizo lo que hizo.
Porque no sabemos quién es, porque el gobierno lo está protegiendo.
–En tu libro, los mismos testimonios confrontan y desnudan la
versión oficial. Frente a esto, ¿el estado federal al día de hoy continúa
manteniendo su versión?
–El Estado insistió por casi dos años en
una versión de los hechos que ha sido rotundamente tumbada, completamente
desmentida. Es una larga historia, pero desde los primeros días el gobierno
comenzó a elaborar un encubrimiento de los hechos y no una investigación.
Incluso en las primeras fosas que destapan yo creo que sabían que no eran los
estudiantes y con eso compraron tiempo para elaborar otro escenario, que fue el
basurero de Cocula. Ese escenario en el que dicen que los policías se
confundieron a los normalistas con narcos, y que después se los entregaron a
otros narcos. Esa mentira oficial de la entrega es clave, porque quiere
reforzar la idea de que el Estado y el narco son dos cosas distintas, y que el
Estado puede ser corrupto y unos cuantos trabajar para el narco, pero siguen
siendo fuerzas distintas. Pero los hechos de Iguala muestran que no hay ninguna
distinción ente Estado y narco. Son la misma cosa. Habrán sido dos cosas
distintas, pero ya se han fusionado.
La policía no actúa como una banda criminal más, lo es. Ellos secuestran, ellos extorsionan, ellos trafican y ellos desaparecen. No hay testimonio de ninguna entrega, pero cuántos hay de que es la policía misma la que se los llevó: la policía los desapareció.
–Eso
surge muy patente de la reconstrucción de las escenas. Aun en la versión
oficial habría una suerte de coalición y la policía actúa como una banda
criminal.
–No actúan como una banda criminal más, lo
son. Ellos secuestran, ellos extorsionan, ellos trafican y ellos desaparecen.
No hay testimonio de ninguna entrega, pero cuántos hay de que es la policía
misma la que se los llevó: la policía los desapareció. Para mí era clave en la
versión oficial ese imaginario de una entrega para enfocar la maldad sobre la
figura del narco y dislocar la figura de la maldad del Estado cuando toda la información documentada que tenemos
es que, como dijeron en las marchas, fue el estado. Primero las policías
actuando en conjunto, y después todos los oficiales, estatales y federales,
trabajando para encubrir.
–La historia que surge del relato muestra, además de la solidaridad de algunos vecinos y la complicidad de otros, el miedo de una sociedad dividida en su mismo corazón.
–La historia que surge del relato muestra, además de la solidaridad de algunos vecinos y la complicidad de otros, el miedo de una sociedad dividida en su mismo corazón.
–Completamente, los hechos en Iguala no representan una excepción, sino que
revelan un estado de terror cotidiano que ya existía. Y algo que no está en el
libro pero que es parte de la historia es cómo después de las primeras
fosas que encuentran, se empiezan a juntar en la ciudad de Iguala familiares de
desaparecidos para tomar pruebas de ADN a ver si sus familiares estaban entre
los 28 cuerpos y cuando se ve que hay cientos de familias buscando a sus
familiares, el gobierno empieza a buscar fosas en los alrededores de la ciudad
y las encuentran cada vez que salen. Ya han encontrado más de 150 cuerpos en
fosas clandestinas alrededor de una ciudad con 150 mil habitantes. Esa noche le
quitó la máscara a una situación de terror cotidiano omnipresente en la región
y administrada por el Estado.
¡Fue el Estado! |
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